El espejismo del sueño oriental

Un viaje a Túnez es un viaje por una historia de más de tres mil años. Las huellas de fenicios, cartagineses, romanos, bizantinos, turcos y españoles van apareciendo conforme se recorre el país. En esos paseos descubrirá también un pueblo hospitalario que no escatima en atenciones a sus invitados.


De raíces bereberes, los tunecinos saben que una taza de té reconforta y alivia al viajero más cansado procedente del desierto o de cualquier otra zona del mundo.

Pero no es sólo historia y hospitalidad lo que caracteriza a Túnez pues, aunque pueda parecer un espejismo, el país ofrece también excelentes playas de blancas arenas y aguas transparentes, clima moderado, verdes valles con abundantes flores, encantadores oasis con refrescantes palmerales, doradas dunas, deliciosos dátiles, cautivadora artesanía y excitantes travesías por un inconmensurable desierto en el que se pueden oír los latidos del silencio.

Entre los zocos bulliciosos de sus ciudades, donde se anudan hilos tanto para crear alfombras como para tejer amistades, también se cincela con precisión el bronce al igual que se entreteje y moldea una rica vida cultural. Las innumerables mezquitas diseminadas por todo el país, centros de la vida religiosa con sus minaretes que se erigen dominando el vasto horizonte, esconden rincones de recogimiento en los que se concentra el espíritu de todo un pueblo.

Cuando el aroma del jazmín y del azahar envuelve los entretenidos cafés, entre una fiesta de colores, los sentidos del visitante son víctimas de un mágico espejismo. Pero los inconfundibles paisajes, las notas de la música malouf, la seducción de sus tradiciones, el vapor de los baños hammam y la grandeza de su pasado y presente, confirman que lo que se vive no es una ilusión óptica. Aquí, los espejismos no existen, lo fantástico se convierte en realidad.

Aunque las dunas se muevan de un sitio a otro, en el Gran Erg Oriental, la esencia de Túnez, oasis de serenidad, permanece siempre inalterable.

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